jueves, 30 de septiembre de 2010

Entero

Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado - porque aquel sábado era muy solemne - rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él.  Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis.Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura:  "No se le quebrará hueso alguno"
 Juan (19:31 a 36)
Al final todo es una cuestión estética. Unas piernas rotas, un crujido de huesos o un grito de dolor pueden fastidiar cualquier historia.

martes, 7 de septiembre de 2010

La visita

Está instalado en mi sofá y yo, entretanto, se supone que he venido a mi cuarto a hacer una llamada de teléfono. Sabe que miento. No me gusta hablar por teléfono así que sólo lo hago cuando no tengo ninguna excusa para retrasar el momento y, teniendo en cuenta que hay un amigo aguardándome en el salón, no es el caso. Me escondí para tener tiempo de adivinar que es lo que está esperando exactamente de mí. Ojalá no sea consejo.

Ha estado casi una hora tratando de explicarme su miedo. Nunca sé si Manuel habla completamente en serio o está ensayando uno de sus personajes. Al menos si estuviera segura de cuando habla en broma… Todo lo cuenta con cierto desapego. No es que sea alguien que pasa de todo ni que mira su vida con indiferencia, es, simplemente que para poder expresarlo necesita transmitirlo con distancia y ciertos toques de humor.

Sabe que ha sobrevivido incluso a su inacción y que ahora que tiene la fuerza suficiente para coger impulso y salir de ella, lo que le aterra es que el mundo se vengue de él escupiéndosela en la cara. O lo que yo interpreto: que una vez que él decida poner otra vez en marcha el mecanismo de su vida, encuentre que cualquier esfuerzo que haga sea inútil, como cuando en los sueños intentamos correr y no avanzamos, impidiéndole ir más adelante en su camino y, lo que es peor, no dejándolo tampoco retroceder.

Ahí me llama. Que sí, que ya voy. El cabrón no me da tregua ni se la da a sí mismo. Le ofreceré un café para ganar unos minutos más que, aunque tampoco me servirán de nada, por lo menos me enfrentaré de nuevo a él con una taza caliente entre las manos, que siempre reconforta un poco.