jueves, 10 de julio de 2014

Manuel piensa

Franz Marc - Gato sobre el almohadón amarillo

Mientras acaricia a su gata, Manuel piensa que le encantaría agarrarse a un clavo ardiendo si no fuera porque le da más miedo quemarse la mano que caer al abismo.

domingo, 18 de mayo de 2014

Rubia de bote

"Cuando una mujer decide convertirse en rubia, es que es una rubia con todas las de la ley."
Norman Mailer
Los tipos duros no bailan

Soy fiel a mi tinte hace más de diez años. Esto demuestra que hay cosas con las que sí me comprometo, que generalmente coinciden con aquellas que iban a ser provisionales. Ya me estoy liando y no es eso a lo que iba. Párrafo nuevo y a empezar otra vez.

Pues eso, que soy una de esas que se tiñe el pelo y lo dice sin que le pregunten. Nunca me echo cremas en la cara, me maquillo una media de seis veces al mes, no piso una peluquería, pero a  mi cita con L´Oréal no falto. Lo curioso del tema es que el color se parece al mío natural y todavía no me han comido las canas. Entonces, ¿para qué echarse un mejunje? Muy fácil: para no dar explicaciones. Bueno, vale, lo explico ahora, no sin antes enfadarme porque voy a dar explicaciones de una cosa que hago para evitar darlas. Me lío de nuevo.

Siempre fui rubia y para los demás rubia de bote (la rima sobra, eh). Mi color de pelo es más mutable de lo habitual y depende mucho de la cantidad de sol que recibe. Como resultado siempre he tenido un efecto raíz que, unido a unas mechas claras mesetarias que no californianas. Todo el mundo preguntaba si me teñía y yo no tenía más narices que negarlo porque era la verdad y dar todo tipo de explicaciones que jamás eran creídas. Un día me cansé y decidí ser peliteñida y, de camino, aclarar un poco el tono de la melena. Cuando me preguntan ya puedo decir la verdad y dejarlos satisfechos con mi confesión de artificialidad. 

Si de confesiones se trata, debo añadir que ahora que mi explicación deja satisfechos a los otros no sé si conmigo también funciona o, en todo este camino, la rubia se traicionó a sí misma.

lunes, 12 de mayo de 2014

Elvira en el museo

Hace dos años, ya en la primera mitad de la cincuentena, me quedé viviendo sola. Manolo, mi ex, se fue un día de otoño en 2008, mi hijo Manuel por fin se decidió a vivir con su novia como un año después y a Rebeca, la menor, le salió un trabajo en un hotel de Mallorca y para allá se fue. Manu vuelve a estar soltero y pasa más tiempo en mi casa que en la suya y Rebe se quedó en el paro este invierno y la tengo de nuevo viviendo conmigo. No, a Manolo sí que no le dejo volver por más que me fría a llamadas. Total, que ahora para estar conmigo misma me toca irme de paseo. 

Esta mañana me he levantado tarde y ya no he podido ir a pilates, de modo que me puesto unos zapatos cómodos y me he venido al centro a echar el rato. Ahora mismo estoy en el Thyssen poniendo cara de señora interesante mientras por dentro me siento como una niña en la feria. No sé nada de arte ni soy asidua a los museos, pero aquí estoy, mirándolo todo como si me lo quisiera beber por los ojos. Llevo ya como diez minutos delante de un retrato de una señora con un vestido verde espectacular.

John Singer Sargent
Retrato de Millicent, duquesa de Sutherland
1904

Debo reconocer que me paré aquí delante porque me llamó la atención el traje y me he quedado porque la del cuadro me mira y me dice cosas. No, no oigo voces de momento, simplemente me mira, la miro y pienso. Me ha recordado mucho a mi Manuel y su altivez en la pose, aunque yo sé que casi siempre es la forma de disfrazar su miedo. 

Quizás alguna gente es dura porque no ha aprendido a ser fuerte. Como madre está feo que yo diga que mi hijo es más bien débil y se comporta como un John Wayne de extrarradio. El caso es que lo es, lo mismo que su padre que ni es duro ni fuerte, igual que mi hija. He observado que Rebeca tiene problemas de adicciones como dicen en la tele, o sea, que si no se mete algo no tira de sí misma.  Yo soy la madre sensible y fuerte que está a cargo de los vaivenes emocionales de todos y, como no soy dura, no puedo mandarlos a la mierda y regodearme en mi debilidad y mis deseos.

miércoles, 16 de abril de 2014

De rupturas (ajenas)

Que uno reciba un regalo cuando rompe con alguien es raro. Que uno reciba un regalo cuando otra pareja rompe sólo me pasa a mí. Me ha tocado un pack de un un libro y la discografía completa de Antonio Vega. Los CD´s no los he abierto todavía un poco porque estoy de duelo aún y un bastante porque no he sido gran seguidora de este cantante. Como nunca es tarde y algunas de las cosas que conozco de él no me disgustan, me pondré a escuchar en cualquier momento.



El asunto, obviando el dolor generado en los afectados, es que me ha venido a la memoria una acusación que me hizo una amiga hace un tiempo. Me vino a decir que soy una cobarde que no me termino de embarcar en ninguna relación seria porque siempre me busco excusas para que no me den la hostia o quizás por si no me la dan. La persona que me lo dijo es mucho más sabia y valiente que yo, lo que no quiere decir que vaya a hacer caso de sus recomendaciones ni tampoco que no vaya a hacerlo. Por otro lado también es verdad que soy mucho más débil con dolor ajeno, que es el caso que nos ocupa ahora, que con los males propios.

En fin, a lo que iba, que yo con esta ruptura también he perdido algo. Creo que este año ya no esperaré tomando un café en el bar del acantilado a que baje la marea en los días nublados para que se unan las dos playas y dar un largo paseo al atardecer.Y bueno, habrá que cambiar el lugar de vacaciones.

lunes, 31 de marzo de 2014

El misterioso caso de la lengua creciente

La canción dice que ella "siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta". En mi caso lo de la falta sólo procede en verano y con límites que una ya tiene una edad. La frente alta siempre que sea posible, no sólo por mantener la dignidad (cuando se tiene), sino porque, siendo de escasa altura, mejor llevarla alta que si no ni te ven. Preocupante, en mi caso, es lo de la lengua. 

La lengua larga - Francisco Toledo

Entre mis características no se cuenta el ser locuaz en exceso, siendo además algo de lo que he hecho gala  (como ya dije aquí). Lo considero una gran ventaja ya que, como he referido también a veces, miento poco y rematadamente mal. El caso es que desde que se supone que empecé a madurar, que no a pudrirme, he observado que cada día tengo más problemas para contener lo que pienso o, lo que es peor,  lo que no he tenido tiempo de pensar pero se me ha cruzado fugazmente por la cabeza. Paso del "no lo voy a decir" al "mierda, ya lo dicho", haciendo una parada por "calla, calla, no sigas" de una manera demasiado natural y rápida. Y como me hagan una pregunta directa, mejor atenerse a las consecuencias (ahí sí que no tengo facultad para retener la respuesta y buscar una variante menos sincera o más diplomática. ¿No se supone que con los años se gana en prudencia? Espero no perder del todo mi timidez, un defecto que siempre he odiado tener, y que, mirándolo bien, posiblemente padezca para salvarme de decir, todavía mayor cantidad de barbaridades.

viernes, 28 de marzo de 2014

Gato y Manuel

¿Se acuerda alguien de mi amigo Manuel? Tras su bache con Sonia volvieron a estar bien, o eso creía yo. Debería haber previsto que, con los antecedentes de Manu, la cosa no iba para largo (aquí dichos antecedentes). Como se dijo de Oliveira en la novela, mi colega "parecía especializarse en causas perdidas. Perderlas primero y después largarse atrás como un loco" Intenté explicárselo a Sonia cuando me citó para explicar como se había largado su pareja y en busca de que yo le pudiera dar una explicación. Por supuesto, no lo comprendió y se fue tan destrozada como vino. En parte me alegro porque, aunque lo quiero desde hace años, ese chico le puede fastidiar la vida a cualquiera que se enamore de él.

Total, que como estaba un poco avergonzado por haberla cagado otra vez, no me llamó en una semana, pero era inevitable que viniera a mí como siempre. Cuando llegó a verme yo ya estaba con la escopeta cargada para echarle la bronca por dejar ir a lo mejor que había tenido nunca. Eso fue durante la primera y segunda copa. En la tercera ya me caí con todo el equipo porque sé que es un buen tipo y que, al final, el dolor que provoca termina siendo siempre más superficial que el que le queda a él. En la cuarta copa ya nos estábamos riendo el uno del otro y de cualquier cosa que se nos cruzara por la cabeza y fue, en ese momento, cuando decidimos que lo que él necesitaba era un gato. Fuimos a una asociación y elegimos una gata con cara de mala leche.

Creo que va a ser su relación más larga porque con estos bichos nunca estás seguro de si te tienen cariño o te desprecian. Así mi Manuel no se cansará de algo por una vez en la vida. Si no la tiene segura y dominada no conseguirá aburrirlo. Lo "jodío" es que le entiendo, aunque sólo en parte, porque lo único que uno no consigue perdonar es que le aburran. 

domingo, 23 de marzo de 2014

Aviones




Crecí en un lugar donde levantabas la vista para ver aterrizar o despegar un avión cada cinco minutos. Por culpa del estruendo que hacían, tenías que interrumpir cualquier conversación durante unos momentos. Unos segundos pensando, mirando al cielo, viendo gente que va y que viene. Después bajabas la cabeza e intentabas volver a retomar el hilo mientras volvías a tu vida terrestre con la sensación de ver escaparse cosas. Quizás aceptamos la paralización demasiado pronto.


lunes, 10 de marzo de 2014

Mujer



No pudo con ella el quedarse a cargo de una familia siendo casi una niña. No se rindió después de perder una guerra y dos hermanos, a los que crió, en ella. Siguió adelante tras ver morir a un marido que nunca la tuvo en cuenta, aunque jamás le oí decir una palabra mala sobre él, dejándola con cuatro niños en la época más oscura. Se adaptó a una ciudad grande y desconocida con casi cincuenta años por buscar un porvenir para los suyos. Nada de ello me hace admirarla. Lo admirable es que, después de todo, no vi en su cara un gesto de amargura. La vi reír, enfadarse, casi nunca llorar y, sobre todo, presencié como se ilusionaba con cualquier pequeño proyecto.

Heredé su nombre igual que ella lo hizo de su abuela. Me dejó cientos de conversaciones antes de dormir, su olor, el tacto de sus manos cuando le pedía que me rascase la espalda sólo por el gusto de sentir su contacto y más cariño que besos. Le correspondí con bastantes soponcios en los poco más de diez años que viví a su lado, un intento de enseñarle a leer cuando yo todavía pintarrajeaba en los libros, mis miradas curiosas observando cómo se hacía el moño y se pegaba el lóbulo de la oreja para ponerse sus pendientes y un torpe amago de homenaje muchos años después.