lunes, 31 de marzo de 2014

El misterioso caso de la lengua creciente

La canción dice que ella "siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta". En mi caso lo de la falta sólo procede en verano y con límites que una ya tiene una edad. La frente alta siempre que sea posible, no sólo por mantener la dignidad (cuando se tiene), sino porque, siendo de escasa altura, mejor llevarla alta que si no ni te ven. Preocupante, en mi caso, es lo de la lengua. 

La lengua larga - Francisco Toledo

Entre mis características no se cuenta el ser locuaz en exceso, siendo además algo de lo que he hecho gala  (como ya dije aquí). Lo considero una gran ventaja ya que, como he referido también a veces, miento poco y rematadamente mal. El caso es que desde que se supone que empecé a madurar, que no a pudrirme, he observado que cada día tengo más problemas para contener lo que pienso o, lo que es peor,  lo que no he tenido tiempo de pensar pero se me ha cruzado fugazmente por la cabeza. Paso del "no lo voy a decir" al "mierda, ya lo dicho", haciendo una parada por "calla, calla, no sigas" de una manera demasiado natural y rápida. Y como me hagan una pregunta directa, mejor atenerse a las consecuencias (ahí sí que no tengo facultad para retener la respuesta y buscar una variante menos sincera o más diplomática. ¿No se supone que con los años se gana en prudencia? Espero no perder del todo mi timidez, un defecto que siempre he odiado tener, y que, mirándolo bien, posiblemente padezca para salvarme de decir, todavía mayor cantidad de barbaridades.

viernes, 28 de marzo de 2014

Gato y Manuel

¿Se acuerda alguien de mi amigo Manuel? Tras su bache con Sonia volvieron a estar bien, o eso creía yo. Debería haber previsto que, con los antecedentes de Manu, la cosa no iba para largo (aquí dichos antecedentes). Como se dijo de Oliveira en la novela, mi colega "parecía especializarse en causas perdidas. Perderlas primero y después largarse atrás como un loco" Intenté explicárselo a Sonia cuando me citó para explicar como se había largado su pareja y en busca de que yo le pudiera dar una explicación. Por supuesto, no lo comprendió y se fue tan destrozada como vino. En parte me alegro porque, aunque lo quiero desde hace años, ese chico le puede fastidiar la vida a cualquiera que se enamore de él.

Total, que como estaba un poco avergonzado por haberla cagado otra vez, no me llamó en una semana, pero era inevitable que viniera a mí como siempre. Cuando llegó a verme yo ya estaba con la escopeta cargada para echarle la bronca por dejar ir a lo mejor que había tenido nunca. Eso fue durante la primera y segunda copa. En la tercera ya me caí con todo el equipo porque sé que es un buen tipo y que, al final, el dolor que provoca termina siendo siempre más superficial que el que le queda a él. En la cuarta copa ya nos estábamos riendo el uno del otro y de cualquier cosa que se nos cruzara por la cabeza y fue, en ese momento, cuando decidimos que lo que él necesitaba era un gato. Fuimos a una asociación y elegimos una gata con cara de mala leche.

Creo que va a ser su relación más larga porque con estos bichos nunca estás seguro de si te tienen cariño o te desprecian. Así mi Manuel no se cansará de algo por una vez en la vida. Si no la tiene segura y dominada no conseguirá aburrirlo. Lo "jodío" es que le entiendo, aunque sólo en parte, porque lo único que uno no consigue perdonar es que le aburran. 

domingo, 23 de marzo de 2014

Aviones




Crecí en un lugar donde levantabas la vista para ver aterrizar o despegar un avión cada cinco minutos. Por culpa del estruendo que hacían, tenías que interrumpir cualquier conversación durante unos momentos. Unos segundos pensando, mirando al cielo, viendo gente que va y que viene. Después bajabas la cabeza e intentabas volver a retomar el hilo mientras volvías a tu vida terrestre con la sensación de ver escaparse cosas. Quizás aceptamos la paralización demasiado pronto.


lunes, 10 de marzo de 2014

Mujer



No pudo con ella el quedarse a cargo de una familia siendo casi una niña. No se rindió después de perder una guerra y dos hermanos, a los que crió, en ella. Siguió adelante tras ver morir a un marido que nunca la tuvo en cuenta, aunque jamás le oí decir una palabra mala sobre él, dejándola con cuatro niños en la época más oscura. Se adaptó a una ciudad grande y desconocida con casi cincuenta años por buscar un porvenir para los suyos. Nada de ello me hace admirarla. Lo admirable es que, después de todo, no vi en su cara un gesto de amargura. La vi reír, enfadarse, casi nunca llorar y, sobre todo, presencié como se ilusionaba con cualquier pequeño proyecto.

Heredé su nombre igual que ella lo hizo de su abuela. Me dejó cientos de conversaciones antes de dormir, su olor, el tacto de sus manos cuando le pedía que me rascase la espalda sólo por el gusto de sentir su contacto y más cariño que besos. Le correspondí con bastantes soponcios en los poco más de diez años que viví a su lado, un intento de enseñarle a leer cuando yo todavía pintarrajeaba en los libros, mis miradas curiosas observando cómo se hacía el moño y se pegaba el lóbulo de la oreja para ponerse sus pendientes y un torpe amago de homenaje muchos años después.