domingo, 18 de mayo de 2014

Rubia de bote

"Cuando una mujer decide convertirse en rubia, es que es una rubia con todas las de la ley."
Norman Mailer
Los tipos duros no bailan

Soy fiel a mi tinte hace más de diez años. Esto demuestra que hay cosas con las que sí me comprometo, que generalmente coinciden con aquellas que iban a ser provisionales. Ya me estoy liando y no es eso a lo que iba. Párrafo nuevo y a empezar otra vez.

Pues eso, que soy una de esas que se tiñe el pelo y lo dice sin que le pregunten. Nunca me echo cremas en la cara, me maquillo una media de seis veces al mes, no piso una peluquería, pero a  mi cita con L´Oréal no falto. Lo curioso del tema es que el color se parece al mío natural y todavía no me han comido las canas. Entonces, ¿para qué echarse un mejunje? Muy fácil: para no dar explicaciones. Bueno, vale, lo explico ahora, no sin antes enfadarme porque voy a dar explicaciones de una cosa que hago para evitar darlas. Me lío de nuevo.

Siempre fui rubia y para los demás rubia de bote (la rima sobra, eh). Mi color de pelo es más mutable de lo habitual y depende mucho de la cantidad de sol que recibe. Como resultado siempre he tenido un efecto raíz que, unido a unas mechas claras mesetarias que no californianas. Todo el mundo preguntaba si me teñía y yo no tenía más narices que negarlo porque era la verdad y dar todo tipo de explicaciones que jamás eran creídas. Un día me cansé y decidí ser peliteñida y, de camino, aclarar un poco el tono de la melena. Cuando me preguntan ya puedo decir la verdad y dejarlos satisfechos con mi confesión de artificialidad. 

Si de confesiones se trata, debo añadir que ahora que mi explicación deja satisfechos a los otros no sé si conmigo también funciona o, en todo este camino, la rubia se traicionó a sí misma.

lunes, 12 de mayo de 2014

Elvira en el museo

Hace dos años, ya en la primera mitad de la cincuentena, me quedé viviendo sola. Manolo, mi ex, se fue un día de otoño en 2008, mi hijo Manuel por fin se decidió a vivir con su novia como un año después y a Rebeca, la menor, le salió un trabajo en un hotel de Mallorca y para allá se fue. Manu vuelve a estar soltero y pasa más tiempo en mi casa que en la suya y Rebe se quedó en el paro este invierno y la tengo de nuevo viviendo conmigo. No, a Manolo sí que no le dejo volver por más que me fría a llamadas. Total, que ahora para estar conmigo misma me toca irme de paseo. 

Esta mañana me he levantado tarde y ya no he podido ir a pilates, de modo que me puesto unos zapatos cómodos y me he venido al centro a echar el rato. Ahora mismo estoy en el Thyssen poniendo cara de señora interesante mientras por dentro me siento como una niña en la feria. No sé nada de arte ni soy asidua a los museos, pero aquí estoy, mirándolo todo como si me lo quisiera beber por los ojos. Llevo ya como diez minutos delante de un retrato de una señora con un vestido verde espectacular.

John Singer Sargent
Retrato de Millicent, duquesa de Sutherland
1904

Debo reconocer que me paré aquí delante porque me llamó la atención el traje y me he quedado porque la del cuadro me mira y me dice cosas. No, no oigo voces de momento, simplemente me mira, la miro y pienso. Me ha recordado mucho a mi Manuel y su altivez en la pose, aunque yo sé que casi siempre es la forma de disfrazar su miedo. 

Quizás alguna gente es dura porque no ha aprendido a ser fuerte. Como madre está feo que yo diga que mi hijo es más bien débil y se comporta como un John Wayne de extrarradio. El caso es que lo es, lo mismo que su padre que ni es duro ni fuerte, igual que mi hija. He observado que Rebeca tiene problemas de adicciones como dicen en la tele, o sea, que si no se mete algo no tira de sí misma.  Yo soy la madre sensible y fuerte que está a cargo de los vaivenes emocionales de todos y, como no soy dura, no puedo mandarlos a la mierda y regodearme en mi debilidad y mis deseos.